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¿Todos los niños pueden ser Einstein?

Howard Gardner considera que los genios son personas que han adquirido un alto grado de excelencia y creatividad y cuyas obras han trascendido su propia era1. Seguramente,  la aceptación de la inteligencia unitaria y el predominio de contenidos lógico-matemáticos y destrezas analíticas en los test tradicionales hayan ayudado a asociar el concepto de inteligencia con científicos eminentes, como Einstein. Pero, asumiendo la definición de Gardner, podemos considerar como genios a Mozart, Shakespeare o Picasso. El estudio del cerebro de Einstein, que fue extraído tras su muerte y donado a la ciencia para su investigación, reveló que una zona de la región frontal izquierda tenía mayor cantidad de neuronas que de células gliales (células del sistema nervioso que realizan funciones de soporte de las neuronas), en comparación con un grupo de control.2 ¿Permite este exceso de neuronas explicar la aparición de una inteligencia superior? Sea como fuere, diversos estudios parecen confirmar que zonas cerebrales muy influidas por los genes, como el lóbulo frontal, participan directamente en la inteligencia y las capacidades cognitivas.

Imágenes a partir de fotografías realizadas al cerebro de Einstein. Las zonas coloreadas corresponden a regiones de la corteza con una anchura anormal. Se cree que estas zonas estarían relacionadas con la dificultad con la que aprendió Einstein el lenguaje y su predominio del pensamiento visual.

Imágenes a partir de fotografías realizadas al cerebro de Einstein. Las zonas coloreadas corresponden a regiones de la corteza con una anchura anormal. Se cree que estas anomalías guardan relación con la dificultad que tuvo Einstein para aprender el lenguaje y con su predominio visual en el pensamiento.

Analicemos las interacciones entre los factores genéticos y ambientales, es decir, entre las capacidades innatas y la adquisición de destrezas a través  de la práctica, en la consecución de la excelencia. Y para ello utilizaremos como ejemplo la relación entre cerebro y música a través de lo que se conoce como oído absoluto. El oído absoluto es un rasgo de comportamiento que se define como la habilidad para identificar una nota sin la ayuda de una nota referencial. Diferentes estudios llevados a cabo por S. Baharloo sugieren que para que se desarrolle el oído absoluto es condición necesaria, pero no suficiente, la formación musical a una edad temprana (antes de los siete años de edad) pero que existe una base genética subyacente.3 Esto se ha deducido observando la transmisión de esta habilidad en familiares. Sintetizando, la obtención de este oído “perfecto” dependería de una combinación de genes heredados, entrenamiento  e iniciación temprana en la práctica musical.

Las diferencias que aparecen en las imágenes cerebrales de los músicos más virtuosos respecto a los que no lo son, por ejemplo al comparar los cerebros de músicos profesionales con los de aficionados, denotan organizaciones cerebrales particulares (fruto del tiempo dedicado a la formación musical, la edad de inicio, factores genéticos o el tipo de instrumento utilizado). En el caso concreto de la iniciación musical a una edad temprana, se ha demostrado que la parte anterior del cuerpo calloso en músicos que comenzaron su formación musical  antes de los siete años era bastante mayor que en los no músicos o en los músicos con formación tardía.4 Además, los músicos profesionales que iniciaron su formación en edades tempranas son más ambidiestros que no el resto de los grupos analizados.5 Observamos grandes similitudes con la existencia de períodos críticos en el aprendizaje de un segundo idioma, tal como exponíamos en un artículo anterior (Aprendizaje de un segundo idioma: antes es mejor). Pero, ¿podemos demostrar que estas diferencias cerebrales  en los músicos más virtuosos se deben a una predisposición especial para la música? Mozart era capaz de exhibir sus dotes musicales a la edad de seis años, fruto de su capacidad innata y prodigiosidad, aunque seguramente recibió la formación musical adecuada que le permitió maximizar sus capacidades.

Los docentes sabemos que, mediante la educación, podemos cambiar el cerebro de nuestros alumnos. La plasticidad cerebral, independientemente de los factores genéticos, posibilita el cambio de cualquier individuo. Esto refuerza la idea de que cada alumno puede mejorar y alcanzar la mejor versión de sí mismo en su contexto evolutivo. Y para ello no es necesario ni posible ser Einstein ni cualquier otro genio. Porque cada cerebro es único y genial. Eduardo Punset lo resume muy bien: “La genética no nos basta para explicar el comportamiento humano. Los genes están ahí, pero no propician actuaciones: definen las potencialidades. El comportamiento real depende  de las condiciones externas, ambientales y sociales. Pero, sobre todo, también nuestra mente puede influir en nuestro cuerpo”.6  Seguimos aprendiendo.

Jesús C. Guillén

1 Gardner, Howard, Inteligencias múltiples: La teoría en la práctica, Paidós, 2011.

2 M. C. Diamond, A. B. Scheibel, G.M. Murphy y T. Harvey, “On the Brain of a Scientist: Albert Einstein”, Experimental Neurology, 1985. Ver

3 S. Baharloo, S. K. Service, N. Risch, J. Gitschier y N.B. Freimer, “Familial Aggregation of Absolute Pitch”, American Journal of Human Genetics, 2000. Ver

4 G. Schlaug, L. Jäncke, Y. Huang y H. Steinmetz, “In vivo Evidence of Structural Brain Assymetry in Musicians”, Science, 1995.

5 L. Jäncke, G. Schaug y H. Steinmetz, “Hand Skill Asymmetry in Professional Musicians”, Brain and Cognition, 1997.

6 Punset, Eduardo, Excusas para no pensar, Destino, 2011.

Para saber más:

Gazzaniga, Michael, El cerebro ético, Paidós, 2006.

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